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Música en el alma

   

Dorantes y Renaud García-Fons estrenaron anoche un estupendo trabajo en el Lope de Vega, ‘Flamenco a cordes’. Poco flamenco, pero delicioso.

Aunque en Sevilla presumamos de que la Bienal de Flamenco es el mejor festival del mundo en su género, es incierto. Será el más largo, el de más presupuesto y más conciertos por metros cuadrados, pero no el mejor. En un gran festival de música, que la Bienal es eso, un festival de música, los programas de mano sirven para algo más que abanicarse. Resulta que el pianista Dorantes y el contrabajista Renaud García-Fons vienen a estrenar una obra musical y en el programa de mano aparece solo la sinopsis. ¿Y el repertorio? ¿Y el nombre de las composiciones, los estilos?¡Menos mal que Dorantes habla más que Castelar y nos lo explicó todo! Nada, no explicó nada. Y ahí que estábamos todos a ver quién acertaba lo que era flamenco y lo que no. Yo creo que ahí hay un garrotín. Pues no, es un cante de besana. Que no, que tienes el oído en Gelves. ¿Es esto serio en un festival de esta envergadura? El teatro estaba lleno, además. Y por lo visto y oído eran todos catedráticos de música, porque nadie protestó.

Seguramente porque, críticas al margen a la organización, el concierto fue una maravilla y, lo crean o no, el flamenco estuvo enredado en los dedos del contrabajista y del pianista. El contrabajista, por cierto, es un virtuoso. Alguien lo llamó el “paganini del contrabajo”, que no es el que paga el contrabajo, sino el nombre de un gran músico. Hubo momentos en los que en algo que me pareció una granaína utilizó una tonalidad tan aguda que ni Vallejo, que ya es decir. Es un hombre serio, sin expresión, de puro mármol, pero un genio sacándole partido al contrabajo.

Créanme si les digo que resultó algo muy placentero, casi rozando el orgasmo. Francés de origen catalán, ama el flamenco y aunque no haga falsetas de Diego del Gastor, se capta ese amor. Dorantes, al menos, habla maravillas sobre él y cuando tocaba el piano no le quitaba la vista de encima. El de Lebrija, por cierto, cada día toca mejor el piano. También es cierto que se aleja de lo jondo demasiado, pero seguramente lo hace para enriquecerse con otros mundos musicales y regresar algún día para volver a mojar las teclas de su piano con las bulerías de su abuela Perrata y las soleares de Juaniquí impregnadas de jondura por Bastián Bacán. David sabe lo que hace. Y está en su derecho de hacer lo que le venga en gana, sobre todo si todo es de esta calidad y sensibilidad musical, nos suene más o menos flamenco.

Tenemos tan marcados a fuego en la cabeza y en el alma los patrones melódicos del cante y el toque clásicos que ante cosas nuevas nos vemos a veces limitados. Yo al menos reconozco que en lo de tocar instrumentos no pasé de timbalista en un grupo de sevillanas y rumbas. Es cierto que llevo cuarenta años escuchando flamenco y eso creo que me ha dado la sensibilidad suficiente como para poder sentir algún tipo de escalofrío escuchando una maravilla como la de anoche, que me llevó al universo de la soleá, los tientos y la granaína, y no sé si hubo por ahí alguna melodía garrotinesca. Qué más da. Me hubiera sido fácil llamar a Dorantes y preguntarle sobre la obra, que es lo que se suele hacer. Pero preferí hundirme en la butaca del teatro, abrir bien las dos orejas y dejarme llevar por estos dos grandes músicos a donde quisieran llevarme. Y me llevaron a un patio de una casa de Arahal donde mi abuela paterna tocaba tan bien el acordeón que le bailaban las flores y le cantaban los pájaros. ¿Tocaba flamenco? Ni idea. Ni siquiera la conocí. Lo sé por lo que me han contado sobre ella y su acordeón. Pero Dorantes y Renaud me la recordaron anoche y no sé muy bien porqué. La música, a veces, no necesita explicación alguna. Y lo de anoche fue música de verdad. Como sería la de mi abuela.

El correo de Andalucía    Manuel Bohórquez    21/09/2014