El pianista lebrijano vuelve a ampliar los límites de la música flamenca junto con el trío de gitanos turcos Taksim
Me atrevo a decir, así de golpe, que hay una música flamenca antes de Dorantes y otra después. La seguiriya de partida lo explica mejor que yo. El lebrijano es ortodoxo en los esquemas, pero rompedor en todo lo demás. Marca la rueda armónica y rítmica con claridad y, sin embargo, abre un arco melódico que hasta ahora no había pisado nadie, con variaciones tonales aparentemente antinaturales, con arranques en acordes que en teoría no forman parte de la cadencia, pero que acaban cuadrando con una sencillez engañosa. Lo que hace es difícilísimo. Coge retales del pasado y los rehace sin faltar jamás a su palabra con el flamenco. Es, sin duda, el pianista más extenso del arte cabal. El más amplio. Un artista que no sale nunca de la burbuja de los Peña, de la verdad de su cultura, pero que la ensancha con una facilidad pasmosa. Eso le permite jugar a la babilonia con tres gitanos turcos, que por cierto son magníficos, o con quien le pongan por delante. El hijo de Pedro Peña lo explicó. Quería recordar las fiestas de su niñez con los músicos que traía su tío Juan. Arrastrar al Taksim Trío hasta los vericuetos del sonido andaluz. Traerse en caravanas a los zíngaros que atravesaron Europa para asentarse en Tartessos. Y había que ver a esos tres otomanos morenos tocando por tangos. Vaya soniquete. Y vaya manera de tocar la cítara, o kanun, de Aytac Dogan. Al final los ritmos y los modos son primos hermanos. De Estambul a Lebrija no hay apenas distancias sonoras. Sólo hay diferencias filosóficas. Porque la baglama, que es una tiorba más aguda, hace falsetas que podrían encajar por bulerías. De hecho las metieron por ese cauce. Y si eso no era flamenco, entonces yo ya no sé lo que es.
Sé que Dorantes lo es. Hasta las trancas. Porque siempre vuelve a la víscera de lo jondo por mucho que salga a pasear por otras tierras. Toca las teclas con las manos llenas de albariza. Y va siempre en lo alto de la caravana de su abuela Perrata. En ese tres por cuatro de candelas y eucaliptales que tienen los gitanos puros en los surcos de la sangre. Por eso el turco lo cantó con soltura. Porque esa música no es de ningún sitio. Es trashumante. Camina despacio por la historia de la gitanería. Es la banda sonora de una herida que nunca se cierra. Un compendio de miseria y riqueza. Una especie de simbiosis anímica que antecede a la de la bulería por tarantos. Un prodigio rítmico de retruécanos. De manos volanderas que se retan con las de la cítara en una pieza que podría pasar por malagueña con tranquilidad. Me impactó esa similitud que yo desconocía entre los aires andaluces y los turcos. Por eso todavía cargo más el elogio con David. Por haber expuesto en Sevilla el camino de los gitanos del Mediterráneo para demostrar que sólo hay uno y de ese salen senderos concretos. Afluentes que van a desembocar al mismo mar. Ríos que navega, sin remo de galeras, un pianista de Lebrija que sigue abriendo puertas al flamenco hasta para darle un sentido absolutamente nuevo a los abandolaos. David Peña Dorantes se llama. Un genio sin fronteras.
Sevilla-abc
Alberto García Reyes
23/09/2016
|