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Cuánto sabor

   

Tomó el taburete, miró al público y, sin mediar una sola palabra, se comió el piano. Huye de la melodía, reniega de lo tarareable, frasea en otro universo. Google asegura que alguien de El Mundo anotó esto sobre un bolo de Dorantes. Me dije: si no puedes mejorar lo existente, cítalo. Relean, por favor: es menester.

David Peña Dorantes (Lebrija, Sevilla, 1969) podría ser Prokofiev, Avishai Cohen Trío, Gonzalo Rubalcaba, Claude Debussy, Chano Domínguez, Bach, Hiromi Uehara, Clara Wieck, Chick Corea, un canto gregoriano, sones antillanos, jotas montañesas, caribeños sin piel y jazzeros sin cáscara. Así parece, así resuena.

Veamos si esto contribuye: las teclas son frutas maduras que cuelgan exuberantes del árbol de la creatividad sin cerco (el campito no tiene llave) y de unos fundamentos compositivos prístinos, propios de quien se atreve a jugar y a soñar; incluso a equivocarse. La creación es una conjunción de texturas imposibles que edifican un exotismo que todo lo tiene, que todo lo trae. Que va y que regresa, que nunca vuelve de la misma manera. Pero brilla tanto que no necesita más nada.

El desdoblaje sin retorno a que Dorantes somete al instrumento –colorista y brillante, íntimo y acogedor– deviene tan artesanal que nunca alcanzaremos a saber con anticipación dónde amanecerán nuestras entrañas, despojadas de toda cadena y, por tanto, de toda protección. No existen amortiguadores. Lo que sí garantiza el viaje es una habitación con vistas privilegiadas a episodios oníricos, a sus hambres y a sus fatigas.

Tamara Marbán Gil (Huesca, 1986), pianist por el Conservatorio de Monzón y peridista por la Complutense de Madrid.

Fronterad revista digital    Edición    14/02/2016